La tumba de San Pedro se encuentra bajo el altar mayor de la basílica vaticana.
Una fosa excavada en la ladera meridional de la colina Vaticana, justo delante del circo que fue escenario de las persecuciones contra los cristianos en la época del emperador Nerón (a. 54-68). Sobre esta modesta sepultura, un siglo después del martirio del apóstol, fue construido un pequeño edículo funerario, recordado por el presbítero Gaio al final del s. II, como narra el historiador Eusebio de Cesarea: “Yo te puedo mostrar los trofeos de los apóstoles. Efectivamente, si sales hacia el Vaticano o hacia la vía de Ostia, encontrarás allí los trofeos de aquellos que fundaron esta Iglesia” (Historia Eclesiástica, 2, 25, 6-7).
Ese edículo, generalmente llamado “Trofeo de Gaio”, indicó a los primeros cristianos la tumba de Pedro, que ya antes de Constantino fue meta de peregrinaciones devotas, testimoniadas por los numerosos grafitos latinos con los nombres de Cristo y Pedro trazados sobre una pared enlucida (el “muro G”) junto al edículo de Pedro. En particular, sobre un pequeño fragmento de estuco (3,2 x 5,8 cm), procedente del llamado “muro rojo” sobre el que se adosó el edículo, fueron grabadas en griego las siguientes letras: PETR[...] ENI[...]. Este grafito ha sido interpretado con la frase “Pétr[os] enì” (Pedro está aquí), o también, siempre en la perspectiva de la presencia de Pedro, como “Pétr[os] en i[réne]” (Pedro en paz). La presencia de esta sepultura, encontrada durante las célebres exploraciones arqueológicas del s. XX (1939-1949), determinó el nacimiento de la primera gran basílica de San Pedro, edificada sobre la tumba del apóstol en el s. IV por el Papa Silvestre y el emperador Constantino; y, sucesivamente, la construcción de la nueva basílica renacentista que tomó el lugar de la anterior.
El “Trofeo de Gaio”, que permanece en el “nicho de los palios” en el interior de la Confesión vaticana, fue encerrado por el emperador Constantino en una teca de mármol descrita por Eusebio de Cesarea como “un espléndido sepulcro delante de la ciudad, un sepulcro al que acuden, como a un gran Santuario y templo de Dios, innumerables multitudes desde todas las partes del imperio romano” (Teofania, 47).
Sobre el monumento-sepulcro de Constantino se edificaron seguidamente, con una continuidad muy significativa, el altar de Gregorio Magno (a. 590-604), el altar de Calixto II (a. 1123) y, en 1594, el altar de Clemente VIII, sucesivamente cubierto por el baldaquino de Bernini bajo la cúpula de Miguel Ángel.
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